Por Isabel Pérez Santana
Santo Domingo-8-5-10-RD
El Estado Dominicano está construyendo un acueducto múltiple en la provincia de Samaná. Hay un ir y venir a toda prisa en la autopista . Grandes máquinas, polvareda a la imaginación, y obreros ajenos a la comunidad. En un alto grado de origen haitiano.
Los lugareños miran todo como se mira una obra de teatro, de lejos, sin «sentir la camiseta». Tampoco experimentan los beneficios del sudor. Es como sitodo ello estuviera pasando en una pantalla y la población asistiera a espectar.
Aquel trabajo intenso que requiere el mundo de la construcción no se siente en los hogares. Ni en los hombres de Samaná. Ni en las mujeres. Ni en la niñez.
Se siente ese frío laboral en medio de una población trabajadora por demás. Aquella es una población que se levanta a la hora adecuada para esperar a los cardúmenes. Alcanza el rocío sobre el pasto y los peces se venden sin refrigerar.
Ese es un pueblo dinámico, trabajador y fiestero. Pero «adónde tela si no hay araña». La fiesta es en otro lugar. Sólo nos queda el tratero para fregar.
Tenemos la polvareda hauses. Nos gustaría que se publique el porcentaje de samanénses que trabajan en este proyecto de acueducto. Pero no queremos una nómina de actas, porque sabemos que se dice «acta mata votos».
Pero por encima de toda «acta», está la vivencia diaria de la población. La alegría de estar trabajando, ganando el dinero con el cual se arreglarán las edificaciones, los nuevos negocios, la adquisición de medios de transporte, colectivos e individuales.
En la pobalción no se ve la optención de sueldos que genera un proyecto dentro de una comunidad. Los lugareños no están incluidos dentro de la empleomanía de este trabajo.
Y es extraño, porque con estas señales de «extranjería» en la mano de obra, tampoco se ven las clásicas cocineras. O puestos de expendio de comida, a la altura de las circunstancias.
Se les ve tristes, y no están disfrutando el proceso. Sale a la luz de los ojos experimentados que se les está dando a oler un guiso que se cocina dentro de sus hogares, pero que no desgustan. Por lo menos en un grado suficiente.
Se pueden ver los jóvenes y adultos por grupos sentados bajo los árboles, como amortecidos, mirando a un lado y a otro, entre la cultura del conuco, la tarraya, y la modernidad que no les da paso. ¡Atrapados!
Unas casas que revelan años de iniciadas y para terminarlas…ñan pué. Y los tribunales comiéeeeeeeeeeeeeeeendose a los propietarios en posesión de los diferentes predios. Generación va, generación viene y los casos no se resuelven, y los viejos muriéndose con la ilusión de legalizar sus propiedades. ¡Es triste!